sábado, 12 de mayo de 2018

Nietzsche: mundo apolíneo y mundo dionisíaco.

¿Cuáles son las razones por las que el mundo del devenir es considerado mera apariencia? ¿Cuáles son las características distintivas del mundo verdadero según la metafísica occidental?

Ya desde la antigüedad, la tradición presocrática atiende el tema de los sentidos y su validez en relación al conocimiento de la realidad. Para Nietzsche, tiene especial relevancia un autor presocrático: Heráclito. Sabemos que tiene una sólida formación filológica. Si bien sus primeros años como estudiante universitario los dedica al estudio de los textos grecolatinos, y si bien es cierto que demuestra ser brillante en este campo (obtiene la cátedra de Basilea sin pasar ningún examen de acceso), también sabemos que al finalizar sus estudios de Filología, se siente atraído con tal fuerza por la Filosofía que duda entre dedicarse a ésta última o seguir trabajando los textos clásicos, trabajo éste que traía paz y sosiego a un espíritu inquieto como el suyo. La Filología representaba la calma, el sosiego, las piezas que encajaban siempre en el puzzle de la gramática (Apolo).
La Filosofía, por el contrario, soslayaba los fundamentos del sujeto, que por primera vez en la historia del pensamiento comenzaba a disolverse, con Dionisos como telón de fondo. Esta constante dicotomía entre Apolo y Dionisos va a atravesar el pensamiento de Nietzsche -y su vida personal- con tan ímpetu que siempre estarán presente en su Filosofía los contrarios, formando una unidad difracta.

Pues bien, además de Apolo y Dionisos, entendidos como  un análisis descriptivo del estado de cosas en el mundo, Nietzsche propone un método para desenmascarar (importante el concepto de “máscara”) los engaños que se han ido transmitiendo a lo largo de la historia de la humanidad en relación a los valores: el método genealógico.

Pero hay más. El mundo griego, como afirmaba Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, supo mantener el equilibrio entre el mundo apolíneo y el dionisíaco en el arte de la tragedia, pero el giro antropológico que irrumpió en la polis griega con la figura de Sócrates y Platón hizo inclinar progresivamente la balanza del lado de Apolo. 

Frente al egipticismo propuesto por Parménides, Sócrates, Platón y toda la tradición judeo-cristiana, Nietzsche propone rescatar la concepción ontológica de Heráclito, marcada por el devenir y el cambio. En estas dos visiones de la realidad, tiene una especial relevancia el papel que los sentidos desempeñan en cada una. Recordemos que para Parménides, los sentidos son una fuente de engaño y error. Si seguimos su mandato, seguiremos el camino de la dóxa. Como alternativa, está seguir la vía de la Verdad, en la que la razón será la encargada de llevarnos a través del tortuoso camino de la vida.

Como en Parménides, en Heráclito encontramos un anhelo de unidad. Pero en este caso, nos encontramos con una unidad formada por contrarios. La realidad es dinámica, inestable. Pero no sólo la realidad, también el mismo Ser se va a desvelar como “una ficción vacía” según Heráclito.

Para Nietzsche, la tradición socrático-platónica, dejó a un lado la visión heraclítea de la vida y optó por acariciar la tentadora idea de la permanencia, la armonía, la belleza y la unidad, que tanto gustaba a Parménides. Desde entonces, los filósofos se dedicaron a la búsqueda de la Verdad, a la búsqueda de las esencias en otros mundos ideales. El mundo inteligible, verdadero por ser ideal; y el mundo sensible, falso, por ser cambiante. Esta disyunción que separa ontológicamente la realidad en dos opuestos excluyentes, tendrá también su repercusión en la epistemología. Como no podemos conocer lo cambiante, el conocimiento sólo lo será de aquellas realidades que puedan someterse al estatismo del lenguaje. Es así como las Matemáticas y la Filosofía (en Platón) y la Metafísica (desde Aristóteles y pasando por toda la tradición de pensamiento occidental) serán consideradas ciencias por excelencia.


Pero lo que Nietzsche descubre detrás de estos rancios sistemas categoriales es precisamente el desesperado intento del ser humano de encontrar seguridad en un fundamento sólido. Sin embargo, más allá del lenguaje, no existen los fundamentos ni las categorías. Del papel del filósofo como buscador de la Verdad, pasamos al papel del filósofo como buscador de sentidos. El lenguaje sólo nos ofrece interpretaciones de la realidad y cualquier pretensión de validez más allá de esto es pura ficción. 

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