jueves, 5 de septiembre de 2019

ROLAND BARTHES Y LA HERMENÉUTICA NEGATIVA.

ROLAND BARTHES (1915-1980)

Roland Barthes es un pensador del siglo XX, quizás no demasiado conocido en España. En un primer momento, estuvo muy influenciado por Sartre, Brecht y Marx, que le descubren su entusiasmo por el lenguaje y las mitologías sociales -que tan importante serán en el resto de su filosofía-. Poco a poco su pensamiento fue girando hacia el estructuralismo, ese sueño de cientificidad y aproximación a la semiótica (Saussure, Benveniste, Lévi-Strauss). A partir de 1970, sin embargo, sus obras pueden encuadrarse dentro del postestructuralismo, influenciado por Derrida, Sollers, Kristeva (de la que toma su noción de intertexto) y Lacan, entre otros. Es ahora cuando aflora la noción de “texto”, y la subjetividad. Especialmente representativas de este período, son S/Z (1970) y El placer del texto (1973). 


Algunos de los temas más representativos de Barthes serán la mediación del lenguaje en la interpretación, esa dialéctica entre la sociedad y el lenguaje; una concepción amplia de la semiótica, en tanto que no hay sólo significante y significado, sino también signo, que engloba no sólo el signo lingüístico, sino también la moda, la alimentación... El grado cero de la escritura será otra de sus peculiaridades. Este concepto se refiere a la forma de escribir neutra, “blanca” de un escritor. Sin embargo, esto se convierte en un ideal de objetividad que es imposible conseguir, puesto que todo escrito está impregnado de la ideología que envuelve la escritura y que, lejos de ser algo reprochable, constituye algo valioso a la hora de interpretar un texto. 

Al igual que Gadamer, con Barthes hay un alejamiento del autor, llegando a proclamar su “muerte”. Y es que el autor continúa poseyendo la propiedad intelectual del escrito, pero un texto, considerado como algo vivo, es mucho más que una propiedad, está formado por capas de significado que se van sedimentando y que hacen que una vez escrito, el texto pertenezca de hecho, a sus lectores, que lo reelaboran y lo dotan de nueva vida. 

Por último, el tema de las mitologías requiere una mención especial, por lo que de crítica social tiene. En la Antigüedad, en Grecia, los mitos eran grandes relatos que pretendían responder a incógnitas cosmológicas y éticas, sobre todo. Su función, además, consistía en la transmisión de valores necesarios para la vida en ese momento. Sin embargo, Barthes se da cuenta de que los mitos, hoy en día, en su Francia de posguerra, siguen existiendo. Pero ¿cuál es su función? He aquí el problema. Los grandes relatos han dejado paso a los pequeños discursos que enmascaran la realidad y que es preciso desmitificar. 

Como hemos dicho al comienzo, el “texto” aparece en Barthes a partir de 1970. Un texto, nos dirá, hay que entenderlo, en su sentido etimológico, como un tejido. Es algo plural, fragmentario, como un espejo roto cuyos trozos nunca llegan a cerrar las fisuras de su superficie. Buscar esta pluralidad, estos fragmentos, constituye el objetivo de toda la semiología de Barthes. Así, entendido, un texto es un conjunto de voces y códigos. Estos, son campos asociativos que confieren al texto cierta estructuración (que no estructura rígida al modo de los estructuralistas, desde lo que poder interpretar lo escrito. Barthes distingue cinco códigos primarios: hermenéutico, cultural, proactivo, semiótico y simbólico. 

Quizás para aclarar un poco esta noción de texto podamos añadir algunas pinceladas. Un texto es algo conflictivo (“el conflicto es el estado moral de la diferencia”), es atópico (el lenguaje es tópico), y además, es ideología, lo que Barthes llamará “la sombra del texto”. Pero ¿qué no es un texto? No es reducible al freno-texto, a su función gramatical; tampoco es isotrópico (no tiene una misma estructura) y no consiste, como sostendrá Gadamer con firmeza, en un diálogo que el lector mantiene con el texto, debido a la naturaleza asocial del placer (“sólo el ocio es social”). Esta concepción del texto se incluye dentro de una estética antireferencial, pues todo queda al arbitrio de los gustos personales (Gadamer, en cambio, es esforzará por buscar no sólo la universalidad del arte, sino también del juicio sobre la misma). 

Una vez que nos hemos aproximado al concepto de texto, conviene explicar en qué consiste el placer, el placer del texto. En primer lugar, debemos tener en cuenta, que sólo en tanto que no hay función social, hay placer, si bien este concepto es algo ambiguo. “Placer” y “goce” no son exactamente lo mismo. Veamos. Un texto de placer proviene de la tradición, viene de ella, acomoda al lector e incluso produce euforia; un texto de goce, sin embargo, desacomoda, rompe los fundamentos históricos, culturales y psicológicos en incluso hace que entre en crisis la relación del texto con el lenguaje. 

Esta dialéctica entre el placer y el goce llega a ser fundamental para comprender la historia de la Modernidad: de cómo entendamos su relación, depende nuestra perspectiva: podemos pensar que el texto de placer evoluciona pacíficamente hacia el texto de goce, en lo que podría ser una diferencia de grado. Por el contrario, podrían ser dos fuerzas paralelas que jamás lleguen a tocarse, siendo el goce, en este caso, un escándalo. 

El placer del texto se asocia, pues, con la ausencia de función social. El placer no es un elemento simple, ni se encuentra en el texto como tal. El placer, es más bien, una deriva, no es asumido por ninguna colectividad (no es exclusivamente de derechas). 


La grandeza de la hermenéutica de Barthes consiste en ser una crítica a la cultura, en servir de baluarte del pensamiento crítico que se empeña en descubrir la arqueología y el carácter mítico (ideológico) de las estructuras sociales. 

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